viernes, 15 de septiembre de 2017

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE DIOS: Vigésimo cuarto Domingo del Tiempo Ordinario.



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INTRODUCCIÓN

En esta sección del blog parroquial SANJUANYPIEDAD.COM queremos meditar cada semana la Palabra de Dios que se lee y que se proclama en la celebración de la Eucaristía del Domingo, en cada ocasión diferente y con mucho que enseñarnos.

DOMINGO VIGÉSIMO CUARTO
DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del Eclesiástico 27, 33-28, 9
SALMO RESPONSORIAL 102, 1-2. 3-4. 9-10. 11-12
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 14, 7-9
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 18, 21-35

En la Biblia el corazón no es sólo ese órgano corporal del que depende la vida de un ser humano, ya que bíblicamente el corazón es ese lugar invisible donde se concentran y conviven los sentimientos y el recuerdo de las experiencias que nos han emocionado a lo largo de la vida. Y el corazón, que se enamora y siente el amor, que nos motiva en las grandes decisiones de nuestra voluntad, también se llena de sentimientos negativos, de sufrimientos, y de un odio que nos puede hacer destructivos y dañinos en nuestras relaciones interpersonales. 

La convivencia en los miembros de las comunidades cristianas no es fácil en cuanto a las relaciones dentro de la misma Iglesia como en las familias o en todos los ámbitos en los que se pueda desarrollar un hombre o mujer de fe que se siente obligado a relacionarse con otras personas. Nos hacemos heridas cuando no nos queremos y hasta cuando nos queremos.

Uno de los pecados que denuncia la Sagrada Escritura es el de la ira, porque Dios lo aborrece. Dios que es amor desea que cada uno de sus hijos ame a los demás y practique la misericordia cuando se sienta ofendido. Qué complicado es a veces el perdón cuando la rabia nos carcome por dentro. Por eso la misericordia frena que nuestro corazón enferme por las ansias de revancha hacia el enemigo. El antídoto para los males que nos producen las ofensas es la misericordia tal y como la entiende Dios: un perdón en sinceridad y no a medias.

También el creyente ofende a Dios con sus actos, y necesita de la misericordia divina. Porque el peso de nuestros pecados, si no son perdonados, nos hace caminar en la vida con un saco de piedras que nos agobia y nos agota. La conciencia no descansa cuando nos sentimos endeudados con Dios porque a Él no se le ocultan nuestros malos pensamientos, sentimientos, palabras y obras. 

Somos obra del Señor, somos suyos, por la muerte y resurrección de Cristo. Y si los psicólogos pueden llegar a conocer el corazón humano y el mundo tan complejo de las emociones, nadie lo conoce tanto como Jesucristo, Dios y Hombre.

Hasta para perdonar los humanos somos poco generosos, desde nuestra mentalidad calculadora queremos limitar el perdón con una contabilidad que Dios no la entiende. Y es que la misericordia del Señor no tiene medida ni entiende de matemáticas. El corazón de Dios sólo entiende de amor y un amor que no se cansa de amar, que no se cansa de perdonar. 

Y hoy Jesús nos enseña eso, que Él tampoco se cansó de amar y de perdonar, ni en el número ni en la intensidad. Perdonó a sus perseguidores y hasta a sus asesinos. Mientras haya pecado hay misericordia, por muy grande que sea el pecado o por muy repetitivo que sea el pecado y por muy reincidente que sea el pecador.

La otra gran enseñanza es que no pidas ni exijas lo que tú no estás dispuesto a dar. No puedes rogar la misericordia de Dios y de los demás cuando tú las guardas bien guardadas a quienes te ofenden. Pero el perdón que nos pide Jesús no es de compromiso, de quedar bien, de "perdono pero no olvido". Él quiere que seamos perdonadores desde el corazón sano y en sinceridad. Un corazón sano es el que ama de verdad a su hermano y a su hermana en la fe. El que no va con juegos afectivos de por la mañana te quiero y por la noche no te quiero, ni está viciado con dependencias afectivas de contigo ni sin ti... y siempre en guerra por la contaminación de las envidias, celos, etc.

Ama y perdona, sabiendo que el amor y el perdón cuestan y aveces duele, pero son sanadores y son la gran vitamina para tener un corazón sano, fuerte y grande a la medida de Dios.

Emilio José Fernández